jueves, 28 de julio de 2011

El pintor de la Plaza Mayor

Para hoy no toca microrrelato sino una historia algo más larga de lo habitual. Esta historia la escribí para el blog de Miguel "Mis fotos de Madrid"

"¡Vaya por Dios! Ahora se pone a llover" Una gota, luego otra... Miles de gotas emborronan el dibujo tantas veces repetido de la Plaza Mayor con su famosa estatua ecuestre (que, la verdad, no sabe muy bien de quién es). A Juan le gustaría dibujar otras cosas distintas. Le gustaría dejar que su carboncillo se dejase llevar al vaivén de las caderas de esa muchacha que acaba de pasar contoneándose. O incluso dibujar los trazos grises de aquel anciano que avanza cansinamente apoyado en su bastón. Pero los turistas prefieren la estampa típica y manida, ¡qué se le va a hacer! A fin de cuentas trabaja por dinero. Aunque eso no quiere decir que de vez en cuando no dibuje lo que le venga en gana, por supuesto. Las horas se hacen muy largas en su rincón del soportal, sobre todo los días de verano. Así que entre sus estampas aburridas siempre cuela alguna “de su cosecha”.

Juan lleva ya varios años en paro y su mujer está enferma. Por suerte no tienen hijos. Juan pinta porque no sabe hacer otra cosa. Bueno, sí sabe pero es lo que mejor se le da y además siempre quiso ser pintor. El caso es que desde que está en paro y le dio por lo de pintar en la Plaza Mayor, ya le han ofrecido trabajar varias veces de camarero en las terrazas cercanas.

Aunque algunas horillas sueltas ha ido echando, sirviendo las mesas atestadas de turistas, sinceramente él prefiere venderles un dibujo o una pinturilla a pastel que servirles un café. Por eso y porque el paro aún no le ha cumplido y no es cuestión de perderlo por un contrato bastante pasable con muchas horas y poco sueldo, él siempre prefiere volver a sus pinturas, aunque su mujer no opine lo mismo.

Resulta irónico pero desde que todo se le vino abajo, Juan es más feliz que nunca. Se ha dado cuenta de que lo que él siempre quiso hacer es nada más y nada menos que lo que hace, ni contratos sustanciosos, ni pisos caros, ni vivir holgadamente. Él lo que quiere es sentarse en "su plaza" y ver pasar la vida de Madrid: ver cómo respira Madrid, cómo llora Madrid, cómo ríe Madrid y dibujarlo… Y si para eso de vez en cuando tiene que hacer dibujos de toreros o gitanas para los guiris pues los hace…

Un billete de cien euros ha caído de repente dentro de la caja de zapatos vacía que hace las veces de mostrador. Perdido en sus elucubraciones Juan ni siquiera se ha dado cuenta de que ha dejado de llover y de ese chico alto y rubio que lleva un rato rebuscando en su carpeta. Levanta la cabeza y ve un gesto confundido como queriendo decir "¿me lo vendes por cien euros?". Juan guarda rápidamente el billete en su bolsillo y mira alejarse al turista con su dibujo. Tiene gracia, no es de los típicos...

martes, 19 de julio de 2011

Telebasura (FINALISTA "CUENTA 140")

El tema de esta semana era "el mando a distancia"


"Discutíamos a gritos hasta que nos dimos cuenta de que el niño nos apuntaba con el mando. Con sus deditos aporreaba la tecla del volumen"

domingo, 10 de julio de 2011

El cielo de las mariposas


 
En clase de religión la profe me ha dicho que todos los seres vivos son almas de Dios. Que todos irán al cielo cuando mueran. Le he preguntado que si también los bichitos van, porque yo quiero mucho a mis gusanitos de seda y a mi caracol. Le ha costado admitirlo pero al fin me ha dicho que para ellos hay un cielo especial, donde van las hormigas, las moscas y demás cosas con almas insignificantes. Cuando le he preguntado qué es insignificante me ha contestado con cara de fastidio que es algo que vale muy poco. Pero yo le he dicho que las mariposas son preciosas, que su alma no podía valer poco. Y resoplando me ha contestado que sí, porque es un bicho diminuto que no vale para nada, y se acabó.

A mí no me importa. Yo cuando me muera quiero ir al cielo de las mariposas. Seguro que allí estará mi abuelo sentado en su butaca con mis gusanitos del año pasado. Y como tendremos todo el tiempo del mundo da igual que lo perdamos jugando con mis bichitos. Aunque mi padre y la profe estén refunfuñando desde el cielo de las personas importantes. 

domingo, 3 de julio de 2011

Atlas


Érase una vez un mapa que podía llevarte a cualquier parte. Conocía todos los caminos porque estaban en él escritos. Un buen día el mapa se perdió y no podía encontrarse. Sin saber qué hacer comenzó a vagar preguntándole a todo el mundo cómo podía hallarse. “Necesitas un mapa”, todos le decían. “¡Qué gracia, un mapa perdido! Necesitas un mapa de mapas”.


(Este pequeño cuento fue escrito con la inestimable colaboración de mi hija mayor y la sabiduría acumulada en sus tres años de edad.)