Niña triste, de Carlos Sáenz de Tejada
Sólo a las niñas guapas y a los hermanos que se las presentaban
les concedía el privilegio de ser intocables. A los demás El Cates les repartía
hostias o mofas, según el día. Como matón profesional, le gustaba rodearse de
caras bonitas y memos que le rieran las gracias.
Yo no solía reír. Y mi hermanita ya nunca iba a volver. Así que
cada tarde, al regresar de clase entraba a escondidas en su habitación, me
abrazaba a sus peluches huérfanos y pensaba en ella mientras me frotaba los
moratones.
(Relato no seleccionado en el concurso "Relatos en cadena")