miércoles, 28 de septiembre de 2011

De estrellas y poetas

Después de unos días sin publicar nada hoy os dejo con los dos microrrelatos que mandé a ReC: "Noche estrellada" y "Poetas".

Noche estrellada
La noche es una estrella en tu cucharilla. La sujetas con desgana justo después de remover el té dejando caer las últimas gotas en la taza. Sé que has dicho algo. Debe ser importante porque te has quedado quieta, sujetando nerviosa la noche suspendida sobre la superficie humeante. Intento comprender, buscar en tu mirada ansiosa pero mi mente no quiere escuchar tu mensaje. Me miras, esperas. Lo sé. Pero yo ya sólo puedo ver la última gota que resbala del metal y con ella mi cielo se queda sin estrellas.


Poetas
-La noche es una estrella en tu cucharilla…
-Siempre fuiste un poeta…
-Pero el brillo del metal es frío. Me cala los huesos...
-Por eso me enamoré de ti. Pásame el mechero.
-Enciende en tus manos la llama que calienta mis sueños…
-Anda, échale algo a la hoguera que yo también me estoy pelando. No sabes la rasca que hace en esa puta rotonda. Tú con tus letras tan feliz pero la que se lo curra al final soy yo.
-Dame un poco de esa estrella. Mi noche se apaga…
-Mi pobre poeta triste… Ya no tienes remedio…
-Tú tampoco.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Moderno Pigmalión


Más tarde, con el tiempo, plantaremos un árbol. Con un poco más de tiempo, tendremos un hijo, o dos o tres. Seremos felices y viviremos en un chalet a las afueras con un hermoso jardín. Rodeados de buenos vecinos pasaremos una vida feliz y tranquila. En ese entorno idílico podremos escribir nuestros libros. Envejeceremos juntos viendo crecer a nuestros nietos. Y finalmente, cuando ya no tengamos nada más que hacer ni decir nos iremos a dormir acurrucados y descansaremos. Sólo me queda un detalle por perfilar en este proyecto: sacarte de esta maldita pantalla para poder abrazarte.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Liberación


Lleva horas despierto cuando suena el despertador. Se ducha, se viste y se toma el café. Luego conduce por la misma carretera abarrotada de siempre. Al rato, los edificios comienzan a clarear y hay menos coches. De repente deja de ver cemento. Atraviesa una extensa pradera verde brillante salpicada de flores de todos los colores. A lo lejos se ven las montañas. Un riachuelo plateado baja ondulante. Hay una casita con tejado rojo y triangular. De la chimenea sale humo gris. El cielo es de color blanco y las nubes, azules. Igualito, igualito que los dibujos que hacía de pequeño.

jueves, 8 de septiembre de 2011

La terapia


“Por cierto ¿hoy es domingo?” Se pregunta Clara mientras le sirven el capuccino. Está en un café bohemio lleno de intelectuales, de esos que Manuel encontraba aburridos. Acaba de salir del cine de ver una romántica, de esas que Manuel llamaba pastelones. Observa la rosa que se ha comprado, de esas baratas e inodoras, pero siempre agradables de recibir. De esas cosas que Manuel decía que eran tan tontas porque las flores “no duran nada”. De repente recuerda aquellas tardes de fútbol, sofá y cerveza, tan distintas, tan lejanas, tan ajenas… Sonríe triunfal. “Sí, es domingo, tengo que mirar la quiniela”.

lunes, 5 de septiembre de 2011

La verdad verdadera


Antonio era un niño mentiroso por naturaleza. En su cabecita se formaban palabras ciertas pero en el camino hacia sus labios se transformaban en historias increíbles. 
Contaba que la maestra lo ponía a hacer de espantapájaros. Pero no le salía bien y se le llenaban los brazos de mirlos y petirrojos.
Solía decir que en el monte habitaba una princesa. Era hermosísima pero estaba encantada y no podía volver al pueblo.
Un día se topó con un oso de seis metros. De un zarpazo le quitó el pan y le dejó esas marcas en la espalda.
Y lo más increíble, contaba que por las noches, cuando todos dormían, le visitaba un monstruo con la cara de su padre.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Cosas de la guerra


De niña pasaba los veranos con mis abuelos en el pueblo. Me gustaba acompañar a mi abuela al cementerio y leer los nombres de los muertos. Imaginarme sus vidas. Había una lápida sin nombre. Sólo una cruz grabada, unas iniciales y unas fechas que terminaban en el 37 y que daban como resultado dieciocho años. Mi abuela nunca supo decirme quién era. O nunca quiso. Cosas de la guerra, niña. Y yo, que entonces entraba en la adolescencia, adornaba la muerte de aquel muchacho con un halo de romanticismo. Morir tan joven luchando por tus ideales me parecía conmovedor. Luego crecí, leí, escuché los jirones de historias que todavía flotaban en el pueblo, en mi barrio, en las conversaciones de mis padres. Ahora miro a mi hijo de dieciocho y comprendo el significado de aquella lápida. Tan sólo una muerte absurda.