Sentado una vez más el escritor frente a su campo estéril observaba con desesperación cómo la tierra continuaba sin dar fruto. Donde antaño hubo fértiles viñedos de jugosos relatos breves e incluso frutales que producían los más hermosos cuentos, hoy no había nada, solo tierra dura y árida. Hubo incluso un jardín donde crecían poesías salvajes. Sin apenas cuidado ni abono, florecían exuberantes por doquier.
Con el corazón encogido por la angustia y la nostalgia, una lágrima resbaló por su mejilla y fue a caer en mitad de la hoja en blanco. Fue entonces cuando del cerco húmedo comenzó a brotar una tímida palabra. Casi sin darse cuenta apareció otra al lado y luego otra y otra allá un poco más lejos. La seca blancura se fue poblando de nuevo de pequeños ejércitos de hormigas negras que traían un regalo inesperado.
Con el corazón encogido por la angustia y la nostalgia, una lágrima resbaló por su mejilla y fue a caer en mitad de la hoja en blanco. Fue entonces cuando del cerco húmedo comenzó a brotar una tímida palabra. Casi sin darse cuenta apareció otra al lado y luego otra y otra allá un poco más lejos. La seca blancura se fue poblando de nuevo de pequeños ejércitos de hormigas negras que traían un regalo inesperado.