De niña pasaba los veranos con mis abuelos en el pueblo. Me gustaba acompañar a mi abuela al cementerio y leer los nombres de los muertos. Imaginarme sus vidas. Había una lápida sin nombre. Sólo una cruz grabada, unas iniciales y unas fechas que terminaban en el 37 y que daban como resultado dieciocho años. Mi abuela nunca supo decirme quién era. O nunca quiso. Cosas de la guerra, niña. Y yo, que entonces entraba en la adolescencia, adornaba la muerte de aquel muchacho con un halo de romanticismo. Morir tan joven luchando por tus ideales me parecía conmovedor. Luego crecí, leí, escuché los jirones de historias que todavía flotaban en el pueblo, en mi barrio, en las conversaciones de mis padres. Ahora miro a mi hijo de dieciocho y comprendo el significado de aquella lápida. Tan sólo una muerte absurda.
10 comentarios:
Me gusta como has hablado de la guerra a través de los ojos de una niña que crece, que va creciendo y comprendiendo.
Terrible, todas las guerras son un absurdo.
La sinrazón de una guerra fratricida y cruel que segó la vida de muchos inocentes.
Un micro excepcional, Sara.
Besos.
Muy bien contado, preciso sin alardes y con una certera reflexión: Tan sólo una muerte absurda.
Besitos
Todo lo que se relaciona con el tema en concreto acaba siendo absurdo, aunque duela a quien le toque vivirlo.
En la adolescendia la muerte es romántica y si está rodeada de misterio, más. Muy bien reflejada la evolución
saludillos
Puck
LUISA: Es que cuando creces vas encajando las piezas del puzle (aunque siempre hay alguna que se queda suelta...)
MAITE: Tú lo has dicho.
MJ: Muchas gracias por lo de excepcional. Sólo es mi pequeña aportación a la memoria histórica.
ELYSA: Gracias por el cumplido. Me encantan las palabras preci(o)sas.
MONTSE: Pues sí, aunque duela...
PUCK: Gracias, ranita. Era una de las cosas que quería plasmar. Así que me alegro de haberlo conseguido.
De nuevo mis agradecimientos a las tres y besotes pa todas.
Increíble...
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