martes, 21 de mayo de 2013

Comptine d'une autre été (III Macroquedada de Microrrelatistas: mi relato)


Como todos ya sabéis por lo pelmas que solemos ser los microrrelatistas, el pasado sábado 18 de mayo se celebró la III Quedada de Microrrelatistas. El género será micro pero la quedada fue macro pues nos reunimos tropecientos. Aparte de la emoción de asistir a la presentación de "De antología", de la que formo parte como una de los sesenta y nueve autores, fue un enorme placer reencontrarme con tantas caras conocidas  y un gusto poner rostro a todos los demás nombres. 
En esta ocasión fallé a la hora de traer el micro tuneado. No voy a poner excusas baratas de falta de tiempo de madre trabajadora, agotada y sobrepasada. De hecho, lo intenté pero no llegué a la parte del tuneo. Me quedé sólo con el texto que aún así, quiero regalar a todos los que estuvieron allí y a los que no estuvieron, si les gusta. Es éste:

Comptine d'une autre été
(inspirada en la pieza homónima de Yann Tiersen)




Era una mujer pequeña, de rostro anodino, ni guapa ni fea, ni vieja ni joven. Vivía sola en una casa diminuta de un barrio solitario. Cada mañana se levantaba y acudía puntual al trabajo. Cuando regresaba cerraba la puerta tras de sí, aliviada, y dejaba caer la mirada en el rincón donde se apolillaba un viejo piano, herencia de quién sabe qué antepasado. Se acercaba y deslizaba los dedos sobre las teclas de un extremo al otro en un torpe y tímido glissando. Y durante los escasos segundos que el sonido flotaba en el aire su cara era bonita, su cuerpo flexible y parecía que unas alas le quisieran nacer de la espalda.
Un día se sentó en el taburete y pulsó varias notas al azar. En otra ocasión se atrevió a tocar una escala completa. Compró varios manuales que se aprendió de memoria. Luego algunas partituras.
Cuando por la tarde regresaba, siempre un minuto antes, se desnudaba, se soltaba el pelo y dejaba que sus dedos acariciasen las teclas. Se envolvía en las notas cálidas que llenaban la habitación mientras sus alas iban creciendo.
Era una mujer pequeña, de rostro anodino, ni guapa ni fea, ni vieja ni joven, que se fue una tarde de verano. Así es como la describen los pocos que la recuerdan.