miércoles, 28 de marzo de 2012

Los oídos de las paredes


Mi abuela tenía dieciocho años cuando estalló la guerra. Su padre, mi bisabuelo tenía una pequeña taberna y fama de albergar ideas de tintes rojizos. Los nacionales le pidieron dinero por conservar la taberna. Una excusa para tomar represalias ante el impago. Nunca supo cómo pero mi abuela decía que consiguió pagar y así conservar la vida. Poco después, junto con su madre y sus hermanas, huyó al campo para evitar que los fascistas hicieran escarnio de ellas. Habían comenzado a coger a las mujeres republicanas y a raparlas el pelo al cero. Luego les daban aceite de ricino y las exponían desnudas en la plaza del pueblo. Tal vez desde entonces se volvió la mujer prudente y callada que yo siempre conocí. “Ten cuidado con lo que dices, niña, que nunca se sabe quién te puede oír”, me decía.

3 comentarios:

Nicolás Jarque dijo...

Sara, la guerra es ese período en que todas la barbaridades están justificadas por unos ideales y que deben perseguirse por inhumanas. Yo personalmente, si viviese en un escenario así, marcharía lo más lejos posible, aún a riesgo de perderlo todo y de que me llamarán cobarde.

Muy bien reflejado esa situación de la guerra civil que tristemente sucedió en España.

Abrazos.

PD: Muchas gracias por la felicitación del FB.

Unknown dijo...

Vidas duras, vidas silenciosas, por obligación e imposición. Fea etapa de nuestra historia, sin duda.
He descubierto el blog casualmente y cre que me quedaré por aquí, si no te importa, un saludo desde tenerife y te dejo enlacea de mi blog por si quieres conocerme, será un placer.
http://gofioconmiel.blogspot.com.es/

Elysa dijo...

Existieron muchas historias así en aquellos años. Tuvo suerte si consiguió el rapado y el aceite de ricino y todo lo que venía después.
hoy cuentas un pedazo de historia.

Besitos