jueves, 15 de diciembre de 2011

Contagioso


Tenía el alma gris a fuerza de tanto lavarla con oraciones diarias y misas de domingo sentado en la primera fila. No se perdía ni una, pues estaba convencido de que hacer acto de presencia bastaba para conseguir puntos para entrar al ansiado cielo. Sin embargo hay manchas que no se quitan y cuando el material no es de calidad vuelven a aflorar a la primera de cambio. Por eso cuando vio aparecer al nuevo párroco procedente de Guinea Ecuatorial tan joven, tan moderno y tan negro, se negó a tomar la comunión de sus manos por miedo al contagio. No sabe el beato que el alma se le ennegreció de nuevo sumergida en su mar de prejuicios.

3 comentarios:

Nicolás Jarque dijo...

Sara, yo no soy creyente pero si observador, y ya deja de sorprenderme que los más beatos sean los grandes enemigos de eso que llaman Iglesia y fé. Son muy radicales.
Me gustó este relato que trata poner cordura a la locura.
Un abrazo.

MJ dijo...

¡Vaya con el beato! Pero no me extraña en absoluto; es algo que sucede con bastante frecuencia en la vida real.

Un beso, Sara.

Elysa dijo...

Sí así es... y encima se creen merecedores del cielo.

Besitos